Época:
Inicio: Año 31 A. C.
Fin: Año 14

Antecedente:
Alto Imperio: Augusto
Siguientes:
Administración del Imperio
Sociedad



Comentario

La situación del mundo romano de la época del II Triunvirato era muy distinta de la conocida a la muerte de Augusto. Y los cambios no se explican sólo como consecuencia del paso del tiempo, sino que muchos de ellos deben atribuirse a la decidida voluntad del emperador para llevarlos a cabo. El programa de Augusto para la defensa y ampliación de los limites del Imperio tomaba como punto de partida la reducción de los efectivos militares. Durante el II Triunvirato, el Estado llegó a tener en armas a unos 500.000 soldados, lo que exigía unos elevados gastos de mantenimiento. Y toda campaña militar importante imponía costos extraordinarios a las poblaciones cercanas a las áreas de actividad bélica.
Una legión contaba con 5.000-8.000 soldados y las unidades militares también eran de variada composición. Sin poder precisar con exactitud las cifras, los cálculos globales sobre un ejército de 230.000-250.000 hombres para fines del gobierno de Augusto resultan por si mismos indicativos de esa voluntad del Emperador por reducir los efectivos. Así, después de la batalla de Accio, mantuvo sólo a 28 legiones y el ano 14 d.C. la cifra habla bajado a 24.

Si en la reducción inicial pudieron ser válidos algunos criterios políticos, como el de comenzar por licenciar a los soldados más fieles a Antonio, la tendencia general de reducir efectivos respondía a criterios económicos y de eficacia. La reducción fue acompañada de la búsqueda de una profesionalización. El nuevo ejército estaba sometido a un entrenamiento sistemático (marchas, ensayos de construcción de campamentos, manejo de tácticas y de armamento...) y la vida del soldado quedaba reglamentada minuciosamente: los legionarios permanecían en activo durante 20 años, las tropas auxiliares durante 25 y los pretorios 16.

Esa diferencia de años de servicio refleja el rango de cada grupo de tropas, que tiene una correspondencia con el reclutamiento y con los sueldos. Si tanto pretorianos como legionarios eran ciudadanos romanos, los pretorianos eran reclutados en Italia, mientras había ya legionarios procedentes de las provincias; los libres provinciales sin derecho de ciudadanía formaban las tropas auxiliares. Los componentes de la armada eran libertos y, como remeros, se empleaba también a esclavos. Por el mismo principio, el costo de un pretoriano se elevaba a 500 denarios, el de un legionario a 150 y el de un soldado de una unidad auxiliar a 75. Sobre esas bases orientativas, se asignaban los donativa o pagas extraordinarias, generalmente superiores al sueldo, que, sin ser obligatorias, comenzaron a ser habituales. Por intervenciones brillantes en campañas, se compensaba también con dinero y condecoraciones a particulares o a unidades enteras. Y esos principios de rango y méritos sirvieron para reglamentar los sueldos y recompensas de las jerarquías de mando: centurión, primipilo, prefecto de cohorte, etc.

Augusto no sólo nombraba a todos los mandos militares, lo que ya facilitaba la adhesión del ejército, sino que se reservó la protección de los soldados. Mientras estaban en activo no podían contraer matrimonio legitimo ni formar asociaciones. A su licenciamiento, el Emperador velaba por la mejor forma de reintegración de los mismos en la vida civil. Al comenzar a escasear las tierras del Estado para ser repartidas entre los veteranos, Augusto creó el erario militar con aportaciones económicas propias y destinando al mismo el cobro de algunos impuestos indirectos. El soldado licenciado recibía una recompensa económica de ese erario, que le permitía emprender su nueva vida como civil.

Las legiones y las tropas auxiliares quedaron asentadas en las provincias imperiales y mayoritariamente en las fronteras. Los pretorianos formaban varios destacamentos distribuidos por Italia hasta la concentración de la mayoría de ellos en Roma bajo el emperador Tiberio.

Tales efectivos militares reducidos iban acordes con la política de fronteras mantenida por Augusto: su objetivo fue fijar los límites del territorio imperial frente a barreras naturales (ríos, desiertos o mares). Para reforzar esa medida estratégica, se sirvió del apoyo de Estados amigos, realmente clientes, que con sus propios medios protegieran algunas fronteras más inestables. Así, en Oriente, mantuvo la política bien establecida por M. Antonio: relaciones pacíficas con los partos y apoyo a los reinos clientes de Armenia, Paflagonia, Capadocia y Galacia en Asia Menor, y de Judea en la costa siriopalestina. Cuando se modificaban las circunstancias y resultaba más ventajoso y seguro el integrar a esos reinos, se fue haciendo sin ninguna dificultad militar. Así, Capadocia, Galacia y Judea pasaron a ser dominios romanos en época de Augusto.

Una política semejante a la de Oriente se aplicó en Mauritania. El rey Bocco fue aliado de Roma hasta su muerte en el 33 a.C., y tal alianza se mantuvo bajo su hijo Juba II, educado en Roma, a pesar de que el Estado romano reorganizó su reino y se apropió de la parte oriental del mismo.

Al fin del gobierno de Augusto, el norte del Imperio tenía su frontera en el Rin y el Danubio. Pero el establecimiento de esos límites fue el resultado de muchas operaciones militares y de intentos fallidos por llevar los límites al Báltico y Elba, lo que hubiera dado unas fronteras más fáciles de defender. Aunque el ejército romano, el 9 a.C., alcanzó el Elba bajo la dirección de Druso, hermano de Tiberio e hijo también de Livia, la mujer de Augusto, ese frente encontró una dura resistencia de los germanos. Druso murió en una batalla el mismo 9 a.C. y la empresa fue retornada por el general romano Varo quien cayó en una emboscada junto con tres legiones que fueron masacradas el 5 d.C. Tales resultados aconsejaron fijar la frontera en el Rin.

La tercera línea de la política de fronteras de Augusto se orientó a eliminar las bolsas de resistencia o de pueblos independientes que aún quedaban en el interior. En ese marco hay que explicar las guerras que terminaron con el sometimiento de cántabros, astures y galaicos en Hispania (29-19 a.C.), las que acabaron con la libertad de los pueblos alpinos (25-10 a.C.) así como las campañas guiadas contra el Nórico, Panonia, Dalmacia y Mesia que pasaron a convertirse en provincias romanas, dejando así libre la vía que unía el Rin con el Danubio y ésta con Italia.